
Esto no es una nota nostálgica sobre cómo una galleta cambió nuestras vidas. Tampoco es un intento por explicarte cómo sumergir una Oreo en leche sin que se te desintegre en el proceso (aunque eso también merece su ciencia).
Esto es otra cosa: una carta abierta a una galleta que aparentemente decidió hacer las maletas y decirnos “bye, México”.